Me había propuesto no realizar más
diatribas estériles contra el gafapastismo semincero por lo menos
durante el 2012, pero dado que rara vez hablamos de cortos en esta
bitácora cinépata, vamos a hacer una excepción a esta
auto-censura impuesta y a realizar unas someras reflexiones sobre
algunos de los cortos que pasaron por el festival. En primer lugar
hay que decir que el nivel de los cortos fue mejor que el de sus
hermanos mayores, los largos. En este caso no sufrimos ni de
lapidaciones subvencionadas ni enfermamos de palilulismo. No obstante, no nos libramos de sufrir el visionado del equivalente a la “Quinta estación" en corto metraje. Se trata del corto "Dood Van
een Schaduw” (Muerte de una sombra) de Tom Van der Maet. Los
paralelismos con la "Quinta estación" son evidentes, muy bien recibida
por la crítica especializada y plagio descarado de otra oscura
película de terror inglesa de los 70's, en este caso se trata de
“Axfisia" 1973 del director Peter Newbrook. Ambas películas se
basan en la misma idea, la posibilidad de conseguir la inmortalidad
fotografiando a espectros cercanos a un moribundo. Lo que en la
película de Newbrook es original, atmosférico y, sobre todo, entretenido, se transforma en hastío e ininteligibilidad en el
corto belga.
Todo un ejercicio de manejo competente del programa
informático para el montaje “final -cut” pero carente
totalmente de genialidad. Programar estos subproductos es
tristemente muy propio del certamen semincero, antiguo festival de
cine, hoy trasmutado en un pesebre de lo que cierta pseudo
intelectualidad denomina CULTURA. Otro cortometraje dentro de esta
categoría de lo infumable, es el corto francés (aplaudido por la
crítica y aborrecido con buen criterio por el público del festival)
“Le pays qui n´existe pas” (El país de nunca jamás) de
Cecile Ducrocq. La historia es anémica para los 18 minutos de
metraje, una niña de viaje con sus papás en Disneyland París,
descubre, fisgoneando el mobil de papá, que este tiene una
amiguita íntima que no es mamá. A partir de ahí se acaba la
historia, pues el corto se limita a mostrarnos los pataleos y el
conato de huida de la preadolescente de marras. La mamá, que no
parece muy perspicaz, no parece entender el mensaje, para nada
subliminal, que le intenta trasmitir su hija .
Al parecer, la
directora quería contraponer el mundo infantil, manifestado en la
visita a ese antro del consumismo infantil llamado Disneyland, con
el complejo mundo de los adultos. En definitiva 18 minutos para
convertir en anécdota trivial algo que podía haber dado para un
corto mucho más interesante, si la directora guionista hubiera hecho
uso de su imaginación para sugerirnos , al menos, las raíces
últimas de ese drama familiar en ciernes. Justo lo que sí hace muy
brillantemente el director Danés Bo Mikkelsen en el corto “Tabú”, título con reminiscencias a esa obra maestra de Murnau del mismo
nombre, en donde se apuntan muy inteligentemente las
disfuncionalidades que se originan en la psique de dos niñas como
consecuencia de un descubrimiento demasiado temprano de la
sexualidad. La película ni se adentra por senderos moralizantes, ni
tampoco es esquemática u obvia, por contra se centra más en
explorar las raíces psicológicas que llevan a prohibir la
explicitud de lo sexual en nuestras vidas y como esta circunstancia
puede contribuir a crear disfuncionalidades en nuestro entorno. El
corto tiene una fotografía muy oscura y opresiva que sirve de
perfecto complemento a la historia que pretende narrar.
Urás
Reykjavic de Issold Uggadottir, nos habla de las consecuencias de la
crisis económica en nuestra cotidianidad. En este caso
personíficándolas en la vida de un empleada de banca de mediana edad
islandesa que pierde su trabajo como consecuencia de la quiebra del
sistema financiero de la pequeña isla atlántica. La película narra
el drama del desempleo y la necesidad de mantener un estatus en esta
sociedad tan hipócrita e inhumana en la que vivimos. La película
lejos de optar por la demagogia propia del progresismo de salón, se
adentra en las realidades tangibles de la crisis económicas, en los
dramas personales sin buscar chivos expiatorios de la mezquindad
humana en los mercados, los bancos u otros anatemas para la progrez
mundial. El corto fue justamente premiado, sospechamos que no solo por sus méritos cinematográficos, por parte del certamen semincero. Hacer crítica social sin caer en la demagogia, como hace Murnau en " El último·", está al alcance de muy pocos cineastas y esto es algo que consigue la realizadora islandesa.
“Siete minutos en el ghetto de Varsovia” de Johan Oettinger, es uno
de esos productos maravillosos que te reconcilian con la industria
del celulodie. Ocho minutos escasos que revindican el inmenso poder
creativo de la imagen, esa que tanto contribuyó a desarrollar el
maestro Murnau. Con un estética muy expresionista (un poco a lo Tim
Burton) y claras influencias del checo Jiri Trnka, se nos relata un
historia muy impactante basada en hechos reales. Todo el horror y el
error del nazismo quedan en evidencia, en este corto de animación,
sin actores pero profundamente humano.
El humor también tuvo cabida en esta
sección de cortos a través de dos interesantes trabajos, uno del
español Peris Romano “En plan romántico” un inteligente y
divertido sketch pseudo televisivo sobre una posible paternidad
sobrevenida en una relación a distancia (no todo el cine español
es aburrido, casposo y políticamente tendencioso) y la preciosidad
del corto musical francés “El ritmo que late en mí“ de Yann Le
Quellec donde se nos relata una extraña afección de una guía
turística, que le obliga a bailar cada vez que escucha una melodía.
Este hecho es la excusa para hacer un descarado homenaje a la música
soul de los 60's y al cine cómico francés de Jacques Tati junto con
los musicales de Jacques Demy.
Para concluir este apresurado resumen
de algunos de los cortos más destacados, solo restar insistir en
que no se programen tantos cortos en futuras ediciones del fandulero
festival vallisoletano, pues como dice el dicho popular “Lo poco
agrada y lo mucho cansa..."
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