“Desconfiad
de los falsos profetas que se cubren con pieles de cordero pero que
en su interior son fieros como lobos. Por sus frutos los conoceréis”.
Con esta severa advertencia, que una anciana lee a unos niños en
medio de un cielo estrellado, comienza una de las películas más
perturbadoras y fascinantes que se han hecho jamás sobre el mal, los
miedos y las pesadillas infantiles: La noche del cazador.
La noche del cazador, única película dirigida por el actor Charles
Laughton en 1955, es una película que nos sitúa en la época de la
gran depresión en el profundo sur, donde un un hombre, Ben Harper,
víctima de la desesperación del desempleo, atraca un banco, con la
esperanza de proporcionar un futuro mejor a sus dos hijos, John y
Pearl. Atrapado y condenado a muerte, coincide en el penal con un
reverendo, Harry Powell, de sanguinarios métodos de predicación,
quien ve en el tesoro de Ben la posibilidad de redimir los pecados
del mundo mediante la edificación de un gran templo. Para ello, no
duda en acudir al antiguo hogar de Ben y seducir a su esposa, Willa,
con el fin de hacerse con su tesoro.
Aunque
muchos críticos de cine la adscriben al género de terror, en su
modalidad psicológica, se trata de una película poliédrica, claramente, que tiene elementos que se adscriben a diversos géneros
cinematográficos. Por un lado es una “road movie”, una película
de viajes, de unos niños, John y Pearl, que utilizan un río, de
claras reminiscencias bíblicas mosaicas, para escapar de un falso
predicador, Harry Powell. También se trata de un viaje existencial,
de niños que devienen hombres en el curso de un acelerado proceso de
maduración personal, de niños que se hacen adultos y de adultos,
que fascinados por un nuevo flautista de Hamelin, devienen en niños.
Como
buena parte de la crítica apunta, también es una película de
terror psicológico sobre un psicópata, el reverendo Powell,
obsesionado con la idea de ser el instrumento de la ira divina. De
hecho, es la magnífica interpretación, de Mitchum como Harry
Powell, la que ha conferido a esta película el estatus de clásico y
de película de culto. Uno no puede dejar de notar la influencia
histriónica de la interpretación de Mitchum en otros célebres
psicópatas de la gran pantalla, como por ejemplo el Anton Chigurn,
interpretado por Javier Bardem en “No es país para viejos”. “La noche del cazador” es , sin duda, un claro homenaje al universo
onírico de los cuentos infantiles, a toda esa imaginería de
animales antropomórficos, lobos feroces, hadas y madrinas, propios
del universo de los hermanos Grimm o de Hans Christian Andersen. Las
bella escena de los niños, bajo la noche estrellada, mientras la
hirsuta y diminuta figura de reverendo Powell se acerca a lomos de su
caballo, refleja ese carácter onírico de la película, que nos
remite a la psicología del miedo infantil, tan arraigada en los
cuentos populares.
Otro
aspecto muy destacable de la misma es su trasfondo religioso, manifestado en la contraposición entre dos formas,
antagónicas, de entender la religión. Una, la del reverendo Powell,
es la de la religión del castigo y de la ira divina, la propia del
antiguo testamento, que como manifiesta el propio Powell, inunda
pasajes del antiguo testamento con infinidad de crímenes horrendos
cometidos por o para Dios. La otra, la de la afable y angelical
abuela Rachel Powell, interpretada por la diva del silente, Liliam
Gish, representa la religión del amor y de la misericordia, la
propia del nuevo testamento, donde Jesús de Nazaret, se rodea de
pecadores, como hace la vieja Rachel, recogiendo en su seno los
resultados de las “equivocaciones” de juventud de mujeres
engañadas y vilipendidadas, personificadas en los niños, de cuya
educación se ocupa la vieja señora Cooper. Este trasfondo religioso
también hace patente esa “misoginia”, muy evidente, que que
trasmite la película. Algunos críticos han querido ver en la misma
una manifestación de la personalidad de su autor, el actor británico
Charles Laughton, homosexual nunca reconciliado con su propia
condición. La consideración negativa de la mujer está muy presente
en el tratamiento de los personajes femeninos, Willa, la madre de los
niños, es ingenua y etérea, su fragilidad la hace presa de las
garras de la demagogia y la falsedad del reverendo Powell, quien la
confirma en su creencia acerca de la podredumbre moral de la mujer,
responsable, en dicha visión fundamentalista de la Biblia, de haber
traído el pecado al paraíso.
Por
contra, el único personaje femenino que exhibe características
positivas es el de Rachel Cooper, interpretado por la diva del
silente Liliam Gish, al que se le atribuyen atributos
clásicos varoniles, como los de determinación y gallardía, frente
a la tibieza y la fragilidad que persigue a la condición femenina en
toda la película.
La
película también es un claro homenaje al universo de Mark Twain y
la cultura del sur, al ambiente de aventuras presente en obras como “Las aventuras de Huckelberry Finn” o “Las aventuras de Tom
Sawyer”.
El director de fotografía, Stanley Cortez, es el responsable de “ese ejercicio de poesía visual”, que es la fotografía de la película, en palabras del crítico Domenec Font. Cortez fue un heredero de la fotografia expresionista de Karl Freund y esto es muy patente en la película. Dicho director de fotografía saltó a la fama por ser el operador de cámara de Orson Welles en “El cuarto mandamiento”, sustituyendo al mítico Greg Toland y fue reclutado por Laughton , a raíz, del trabajo de ambos en la oscura película " El hombre de la Torre Eiffel", 1949, dirigida por Burguess Meredith, película en la que encontramos esa querencia expresionista, que tanto le gustaba a Laughton y que confiere a "La noche del cazador" ese carácter onírico e irreal, que contrasta tan bien con esa ambientación realista y rural, de la América de la Gran Depresión. La escena del sacrificio-asesinato de Willa, a manos de Powell, filmada en un contrastado blanco y negro, nos remite a esa geometría de lineas y espacios, de la que tanto provecho sacara Robert Wiene en "El gabinete del doctor Caligari" .
Laughton
conoció a Cortez mientras ambos rodaban “El hombre de la torre
Eiffel”, le gustó su trabajo, de ahí que no tuviera dudas en
contar con él para fotografiar algunas de las míticas escenas de la
película, como ese anochecer estrellado mientras John y Peatl huyen,
como si de un nuevo Moisés se tratara, mientras una naturaleza y
una fauna onírica los contempla.
El encargado del sonido es Walter Schuman, quien comienza como arreglista para la Rko y la Universal, donde se convierte en director de los servicios radiofónicos del ejército durante la II GM. Allí conocerá a Laughton, en una de esas dramatizaciones radiadas, y comenzará con él una colaboración que culminará en la escritura de la la partitura central de la noche del cazador.
A diferencia de las partituras clásicas de Hollywood, que suelen ser narrativamente neutras, Schumann consigue una partitura sumamente expresiva, por ejemplo en los cánticos del predicador con el famoso “leaning” o con ese ritornello maléfico que suena siempre que la presencia amenazante de Powell se acerca.. También destaca el uso que se hace en la película de materiales sonoros naturalistas como sonidos de sirenas de barcos o sonidos de los animales en las riberas del río.
En definitiva, “La noche del cazador” es un clásico que nos hace patente, aquello que de infantil permanece en nosotros, y que se nos manifiesta cuando permanecemos en la oscuridad de nuestra habitación en una noche de tormenta, mientras escuchamos el sonido del viento golpear con fiereza el marco de nuestras ventanas y nuestra imaginación desbordante nos remite al arquetipo del hombre del saco, el lobo feroz.... o quizás al de Harry Powell...
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