Todos huían buscando refugio pero él, Totó, seguía tumbado en el embarcadero dejando que la lluvia empapase su cuerpo adolescente. En su cabeza pesaba tanto el vacío de un largo verano sin ver a su amada como el miedo a que una vez llegado el otoño ella no hubiera regresado. Totó había cerrado los ojos pretendiendo que el recuerdo cubriese la ausencia hasta que sobre sus labios sintió los de Elena. «No sabes lo que he tenido que inventar para venir a verte, mañana, a las cinco iré al cine para despedirme».
No volvió y ese hueco fue la presencia más imperecedera de una mujer durante el resto de su vida. Salvatore siguió el consejo de su maestro Alfredo, quien le vino a decir que huyera de Sicilia, que no volviera nunca, ni siquiera la vista atrás porque el regreso pasado poco tiempo es un engaño, hace pensar que las cosas han cambiado pero si la vuelta tras décadas confirma que esa tierra maldita nunca cambia. No regresó hasta que, treinta años después, falleció el tutor. Ese retorno se convirtió en una búsqueda de su pasado, cada paso por el pueblo natal arrojaba tierra sobre el amor inconcluso. Elena ya no estaba, nadie supo explicar qué fue de ella. Desde el avión en el que volvió a Roma pudo ver, entendimos todos que por última vez, su isla perdiéndose en la lejanía. En Roma seguiría su triunfante carrera y su vida vacía.
Esta historia que hunde cualquier expectativa en la nostalgia sirvió de hilo argumental a Giuseppe Tornatore para plasmar en las pantallas una verdadera obra maestra: Cinema Paradiso. Tiempo después nos enteramos de que lo que habíamos visto era el resultado de los recortes de un productor a la idea original, la película que dirigió Tornatore duraba veinte minutos más que cambiaban radicalmente la primera visión. Ahora, Salvatore se reencuentra con una Elena casada y aparentemente feliz. Él le ruega una cita y ella, a pesar de las reticencias iniciales, acepta. Totó tiene la posibilidad de escuchar otra versión. Ella sí había ido al cine pero más tarde de lo acordado por una pelea con su padre que se oponía a la relación. Allí se encontró con Alfredo y le dio la información necesaria para que su chico pudiera ir a buscarla. Alfredo calló, nunca dijo nada y la ruptura fue un hecho. Si en la primera visión Totó se sintió abandonado, en la segunda tuvo el consuelo de saber que no fue así pero, de igual modo, su vida no discurriría al lado de la única mujer a la que amó, la que le había roto la inocencia y el corazón.
El Real Valladolid ha cortejado el ascenso durante semanas, pero en el momento definitivo se alejó. Siempre pensó que no sería un abandono sino una pausa. Pero el fin del verano se acerca y no encuentra la forma de pasear cogido de la mano por más cerca que sienta su piel. Durante unos minutos, entre el gol del Barça B y el de Alberto Bueno, dimos por roto el romance, pero un giro argumental inesperado, otro final agónico, permite soñar un reencuentro. Ella, la Primera División, le cuenta al viejo amante blanquivioleta que siempre le ha querido, que no ha pasado un día en que no le recordase pero... pero que en la primera oportunidad fue impaciente y la segunda llega demasiado tarde. Ahora pasea de la mano, aunque sea cogida con desgana, de quien es su pareja.
Quizá Tornatore guarde una tercera propuesta. Totó y Helena huyen para reemprender una nueva vida, unos años que no sustituirán a los que no pudieron ser, pero que permitirán curar la herida. Seduciendo como ayer en la segunda parte siempre es posible aunque el actual marido todavía tiene la palabra.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 17-05-2012
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