En otra entrada mencionábamos que todo
festival mediocre y de medio pelo que se precie, como parece que es
la SEMINCI en estos tiempos, debe programar en su sección oficial
películas que sean del gusto del clan de los gafapastas y de los
adictos al régimen de lo políticamente correcto.
Esta película que
tenemos el disgusto de reseñar pertenece a esta triste categoria, de
esas películas absurdas, pretendidamente intelectuales y que solo
gustan a su autor y a aquellos acólitos que se creen en posesión de
algunas claves hermenéuticas que les permiten desentrañar
significados insólitos, vedados para los comunes de los mortales. En
este caso, el ecologismo es la excusa para realizar un ejercicio de
onanismo intelectual y surrealismo barato.
La pelicula, anarrativa donde las haya, nos relata (o al menos eso parece pretender) lo que ocurre en un pueblecito de la Valonia profunda donde un grupo de vecinos de lo más heterogéneo ven producirse un hecho insólito, el fin de las estaciones. Esta peculiar situación dará lugar al surgimiento de un nuevo orden dominado por el egoísmo. Hasta aquí el catecismo del buen ecologista (que nada tiene que ver con la persona concienciada medioambientalmente). La película discurre en sus primeros momentos por los derroteros de un cine neorrealista, con una visión bucolizante y coral de la vida rural, un poco en la línea plúmbea de “El árbol de los zuecos” de Olmi, en esta parte predomina el tono verista y la cámara fija. Luego la película se torna más surrealista y fantástica, con planos más cortos y sincopados, con escenas llenas de simbolismos diversos y con un estética muchas veces cercana al videoclip.
La música también
tiene un papel prominente como resaltando el cambio que se ha
producido como consecuencia de la acción depravada del ser humano.
Los habitantes del pueblo , hasta entonces pacíficos seres, se tornan
seres egoístas, desconfiados y partidarios de un gobierno despótico.
Esta parte tiene una estética y una puesta en escena que recuerda
mucho al Kubrick de la "Naranja mecánica" y sobre todo a una oscura
película de la productora inglesa Hammer films de principios de los
70's llamada “El hombre de Mimbre” de Robin Hardy pues en ambas
películas aparece un totémico hombre de paja, reflejo de una
religión instaurada en esa nueva era. La película es tediosa e
ininteligible y no funciona ni como denuncia de los abusos del ser
humano sobre el medio ambiente ni como surrealismo fantástico, es
una película difícilmente justificable en una sección oficial (aunque pasó por la Biennale con más pena que gloria parece) donde
por definición debe proyectarse solo buen cine y parece que debería
haberse programado en una sección paralela. Otro gran patinazo del
equipo del señor Angulo y ya van unos cuantos....
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