No hay buen festival de cine que se
precie estos días donde no se proyecten películas que reflejen la
santísima trinidad del pensamiento de lo políticamente correcto que
se resume en anticapitalismo a rabiar, los abusos de la iglesia
católica y la religión ecologista.
En este caso vamos a hablar de
una película que se ocupa de la segunda persona de este “dogma”
de fe del pensador políticamente correcto “Little Black Spiders”
de la belga Patrice Toye. La película basada, dice su autora, en
unos hechos reales ocurridos en Bélgica hace treinta años, nos
habla de los abusos cometidos por lo que la directora llama la “oficialidad católica” en relación al secuestro de niños nacidos
de madres solteras adolescentes recluidas en una institución “redentora” de muchachas descarriadas. Algo que ya se ha visto en el
cine en varias ocasiones con muy brillantes resultados tanto
artísticos como de denuncia social de unos hechos execrables (“Las hermanas magdalenas“ de Peter Mullan o “El gran sacrilegio”
de Dan Curtis”) pero que en el caso de esta cinta brillan por su
ausencia
La película, nada tiene que ver con la incial intención de
denuncia de su realizadora, al final acaba convertiéndose en una
tediosa sucesión de efectistas videoclips sobre la fragilidad de un
grupo de adolescentes encerradas (no sé sabe muy bien por qué,
como ni para qué) en un ático donde intentan evadirse de su difícil
realidad a través de ensoñaciones diversas mientras son observadas
por dos monjas , una de ellas con un complejo de culpabilidad no
superado por haber abandonado a un hijo nacido fuera del matrimonio y
otra en la que parecen aflorar tendencias masoquistas y lésbicas
reprimidas.
La película resulta tediosa a pesar de durar escasamente
95 minutos, básicamente porque la directora no sabe muy bien que
contarnos, solo apunta estereotipos clásicos ya muy manidos como el
del profesor maduro que seduce a su alumna y luego la deja embarazada
(el origen del “problema” de la protagonista Katja),
adolescentes rebeldes que se niegan a asumir sus responsabilidades (el personaje de Roxy), la maternidad como realización de la
feminidad etc... La película, con una estética muy de
videoclip, tampoco funciona en lo visual pues el tono onírico no
casa para nada con el desarrollo narrativo y lleva al hastío al
espectador.
En definitiva uno no sabe muy bien que
hace este largo en la sección oficial de un festival antaño de tanto prestigio. Suponemos o queremos suponer que el hecho de que sea el
tercer largo de la directora ha impedido que los espectadores de punto de encuentro hayan tenido que padecer su proyección.
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